De entre las herencias históricas conservadas de las generaciones pretéritas, el patrimonio viario tradicional puede ser quizá el legado histórico más ligado a la naturaleza. Se trata de caminos y sendas cuyo origen se pierde en lo más profundo de la memoria, extendidos por todos los rincones de la geografía, uniendo los pueblos entre sí y con todos aquellos parajes donde el hombre ha encontrado recursos materiales, culturales o espirituales.
Las exiguas exigencias de los legendarios caminantes o los ya anticuados medios de transporte permitían que los trazados pudieran dibujar formas imposibles atravesando parajes de inmensa belleza y adaptándose a terreno sin causar impactos irreversibles, de tal forma que hoy vemos a los caminos tradicionales formando parte de los entornos naturales que atraviesan. Además, alrededor de los caminos se encierra una ingente cantidad de pequeñas obras de fábrica de toda índole, las cuales humanizaron los más recónditos rincones para permitir el paso de personas, animales y carruajes en cualquier época del año. Empedrados, puentes, drenajes, muros de contención, fuentes, alberques, ventas, etc. enriquecen los caminos y los convierten en museos vivos de usos y costumbres de lo que fue la vida diaria de nuestros antepasados, las cuales paulatinamente se van perdiendo y borrándose sobre el terreno y en la memoria, con un grave riesgo de desaparición.
Y este es el secreto del gran valor de los caminos tradicionales. Un importante patrimonio que por un lado alberga una trascendental carga temática de desaparecidos modos de vida y por otro lado constituyen verdaderas aulas de interpretación para el mejor conocimiento de la naturaleza.
El visitante foráneo, principalmente de las ciudades, cuando se acerca al mundo rural, demanda actividades de ocio reconfortantes y sensaciones vivificantes, buscando el encuentro con sus habitantes, tradiciones, productos y entornos naturales. Pero también para los habitantes locales, la recuperación y puesta en valor de los caminos significa recuperar su memoria, recordando aquellas viejas rutas que con tanto esfuerzo se mantuvieron vivas, valorando el importante legado que contienen y mirando con otros ojos los ecosistemas naturales de su localidad.
Realmente el interés y atracción de la sociedad por los espacios naturales y rurales ha adquirido una vigencia inusitada en las últimas décadas, convirtiendo al turismo en una alternativa de prosperidad para las áreas rurales de interior. No obstante la gestión de los recursos naturales debe basarse en un desarrollo turístico sostenible valorando los impactos ambientales, culturales y sociales, promoviendo acciones con criterios de sostenibilidad con repercusiones ecológicamente tolerables a largo plazo, viables económicamente y equitativos desde una perspectiva ética y social para las comunidades receptoras, sin detrimento de los medios de vida tradicionales. La actividad humana sobre los senderos ubicados en ecosistemas protegidos especialmente sensibles, no tiene porqué suponer impactos irreversibles, si se determinan unas eficaces herramientas de control que permita el desarrollo de una práctica responsable. Un adecuado estudio de la capacidad de carga, permite determinar la presión ecoturística de un recorrido, estudiando la relación existente entre los parámetros de manejo del área y los parámetros de impacto de las actividades a realizar.