Santa Cruz de Moya (Cuenca) es el único municipio castellano-manchego de la Reserva de la Biosfera del Alto Turia. En este arroyo de la Olmeda se encuentra la única población conocida de la nueva libélula en la provincia de Cuenca.
Falta mucho por conocer acerca de la libélula del Cazuma: desde su distribución real hasta su historia biogeográfica, pasando por su ciclo vital, preferencias de hábitat y el papel que juega en la comunidad de odonatos.
Mientras tanto, lo que ya sabemos nos permite aventurar que su área de distribución mundial está seguramente limitada al este de España. Esta distribución, junto con la de su especie hermana marroquí que es más restringida aún, sugiere que se trata de especies relícticas, que están en regresión. Esta regresión quizá se debe a causas naturales, pero sin duda la intervención humana puede agudizarla y acelerar su extinción.
La evaluación que realizó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza tras el descubrimiento de la libélula del Cazuma dio como resultado su clasificación como especie “en peligro” a nivel global. Las nuevas localidades de Mula y Hellín han permitido revisar su status y pronto se reclasificará como “vulnerable”, y la situación será aún mejor a la luz de las últimas poblaciones descubiertas, como las del Cabriel. No obstante, ante una especie amenazada en categoría vulnerable es necesario actuar. Hay que mejorar el conocimiento científico que se tiene sobre la especie, identificar sus amenazas y adoptar medidas de conservación tanto pasivas como activas: desde catalogar la especie y proteger estrictamente algunas localidades, a restaurar hábitats potenciales hoy desaparecidos.
Desde este punto de vista, es preciso tener en cuenta que los manantiales y cursos de agua en los que vive Onychogomphus cazuma son lugares habitados por el ser humano desde antiguo, en los que el agua se ha aprovechado para distintos fines, sobre todo abastecimiento y regadío. Estos usos implican la alteración del medio acuático, principalmente a través de la disminución del caudal y de la construcción de canalizaciones y otras infraestructuras.
A pesar de ello, parece que los sistemas tradicionales de regadío no comprometen la supervivencia de la libélula del Cazuma, e incluso la existencia de acequias abiertas podría haber incrementado la superficie de hábitat adecuado para las larvas en localidades como la de Santa Cruz de Moya en Cuenca. Es decir, que los usos tradicionales como el regadío de pequeños huertos, y las labores manuales de limpieza y mantenimiento de las acequias, se han mostrado compatibles con la conservación de este endemismo ibérico.
Cuando el manejo de estos sistemas es más intenso, y se realizan dragados o limpiezas muy frecuentes, la comunidad de macroinvertebrados acuáticos en la que vive O. cazuma desaparece. En estos casos, pequeños cambios en la intensidad o frecuencia del mantenimiento podrían permitir la recolonización a partir de localidades cercanas.
Sin embargo, tanto la intensificación como la modernización de regadíos, que implican el embalsado de las aguas, la canalización cerrada o subterránea y una mayor detracción de caudales, destruyen totalmente el hábitat larvario de Onychogomphus cazuma, que necesita como hemos visto aguas corrientes y permanentes. Puesto que esta libélula, a diferencia de sus congéneres ibéricos, no vive en cualquier arroyo –y aún no sabemos por qué–, es imprescindible evitar actuaciones que puedan poner en peligro su hábitat en las localidades conocidas.
Es un auténtico orgullo tener en nuestro territorio a esta magnífica especie que ha asombrado a los expertos de toda Europa. Nuestra región está ligada a ella para siempre, gracias a las dos biólogas conquenses que han contribuido a darle nombre. Ahora es preciso obtener las claves que nos permitan conservarla, y actuar en consecuencia, y sin duda Castilla-La Mancha estará de nuevo a la altura de las circunstancias.