Una pelotita de apenas 200 nanómetros, es decir, algo 5.000 veces más pequeño que un milímetro: ese es el tamaño de un coronavirus. Y algo de un tamaño tan aparentemente insignificante ha sido capaz de poner patas arriba todo nuestro complejo sistema de vida de sociedad desarrollada del siglo XXI. Podríamos decir aquello de “no hay enemigo pequeño”, ¿verdad? Es una muestra de que ni el más pequeño eslabón de la cadena de la vida es insignificante.
De la crisis del Covid19 se pueden extraer numerosas lecciones, desde el punto de vista sanitario, de seguridad, económico, etc., pero también desde el punto de vista ambiental. La explosiva expansión del virus por todo el planeta, nos muestra hasta qué punto somos una sociedad global, y que los problemas globales deben ser afrontados mediante esfuerzos locales, pero siempre sin perder de vista el enfoque global.
Otra cosa que ha puesto de manifiesto la pandemia es la importancia de las conductas individuales en la consecución de logros colectivos. En estos días hemos cambiado nuestros hábitos, extremando las medidas de higiene, y aplicando las medidas de distancia social y confinamiento. Todos nos hemos sentido parte activa en la lucha contra la pandemia, y deberemos seguir siéndolo hasta que el virus deje de ser una amenaza seria contra nuestra salud. En las próximas semanas iremos retomando paulatinamente nuestras actividades habituales, y esto nos volverá a exigir nuevos cambios en nuestros hábitos de trabajo, en nuestra forma de divertirnos, de viajar, etc.
No han sido cambios fáciles. Quedarse en casa, prescindir de buena parte de nuestras actividades de ocio, de ver a nuestros familiares y amigos, ha supuesto un sacrificio considerable. Y sin embargo lo hemos hecho. Esto debería hacernos reflexionar sobre esos pequeños cambios de hábitos que no suponen ese sacrificio y que, sin embargo, también pueden contribuir a logros importantes. Nos referimos a esos pequeños cambios que pueden hacer que nuestras conductas sean más respetuosas con el medio ambiente, y que muchas veces consisten simplemente en ser responsables a la hora de comprar, de consumir, y de tratar nuestros residuos. De ser más responsables al utilizar la climatización en casa, de no desperdiciar agua ni energía, de aprender a disfrutar de forma sostenible de ese medio natural que tanto hemos echado de menos en estos días de confinamiento.
Y sobre todo esta crisis nos ha recordado que somos vulnerables. Para lo bueno y para lo malo somos una pieza del engranaje del ecosistema, en perpetua interacción con el resto de elementos que lo forman, incluidos virus como pelotitas de apenas 200 nanómetros. No podemos considerar al ecosistema como algo ajeno a nosotros. Si dañamos sus equilibrios nos estamos dañando a nosotros mismos.
Hablando de pequeños cambios para conseguir grandes logros, en este número dedicamos nuestra sección de Desarrollo Sostenible al desperdicio alimentario, un problema desde el punto de vista económico, ambiental y social que supone un derroche de recursos naturales, energéticos y laborales, y que podría solucionarse incorporando una dosis de responsabilidad a nuestras pautas de consumo de alimentos.
También incluimos un artículo sobre un ejemplo de cómo se pueden abordar los problemas globales desde un entorno tan local como un colegio. En eso consiste el Proyecto de Agenda 21 Escolar de Albacete, una exitosa experiencia de cómo trasladar la sostenibilidad a la comunidad educativa.
Y por último hablamos de un problema que ejemplifica a la perfección las consecuencias de la alteración de los equilibrios del ecosistema, en este caso la introducción de especies invasoras como el cactus de Arizona.